Siempre queda algo de lo que hablar si hay intención de ello. Ayer, la disputa de la final del torneo 250 de Estocolmo entre Monfils y el meritorio Nieminen me dio pie a hablar de algo poco común en lo que no demasiada gente repara pero sobre lo que yo tengo una especial predilección: el público.
Cada torneo es un mundo, no cabe duda, y la diferencia de actitud de los públicos es una de las muestras más fehacientes de ello. A medida que uno va viendo distintos torneos se da cuenta que en cada país el tenis se vive de una completamente manera distinta a los demás.
En el caso de Estocolmo, guardo todos los años mucha expectación con su inicio. Los suecos son un público que, con el aliciente de la velocidad de la superficie, demuestra una gran sobriedad. Pero, para mí, quizá se trate del público más entendido del circuito. No extraña que esto sea así en un país que, si bien en uan profunda crisis en la actualidad, tiene una solera tenística casi incomparable. Guardan un silencio reverencial digno del Wimbledon de antaño pero saben volcarse cuando el juego sube de nivel o también, claro está, cuando juega uno de los suyos, como sucedió con su casi paisano aspirante en la final Jarkko Nieminen. En un torneo indoor como este, además, el público se hace oír más, pero su reducido aforo de unas 5.000 personas sin duda sirve para mantener el nivel a raya.
Por contra, el público que menos me gusta: el asiático. En torneos como Pekín, Tokio y Shanghai no solo se demuestra que el tenis puede generar pingües beneficios allá donde va, sino también que, en realidad, lo único que les interesa, es ver a tenistas locales y a superestrellas. Los tenistas medios no despiertan el menor interés. Son ruidosos, y suelen ir al campo con la familia, lo que no ayuda precisamente a mentener el silencio. Valoran más la espectacularidad que la calidad en sí del juego, aunque tampoco es algo que se les pueda reprochar demasiado. Muy similar es el caso de Doha y Dubai, cuya audiencia, sin embargo, está en gran medida formada por extranjeros residentes en las metrópolis petroleras. Casablanca quizá sea un mejor ejemplo.
Los norteamericanos demuestran una pasión enorme, se vuelcan en algo que, si bien es cierto, ven más como un show que como un deporte. Quién podría negar esto en la semifinal de este año en Flashing Meadows con un Djokovic que parecía salido del circo romano. Quizá más ruidosos aún que los asiáticos, necesitan de gritar continuamente y convertir los aledaños de la pista en un espectáculo adyacente con técnicas como la Kiss Cam. Pero, pese a tanta distracción, saben interpretar muy bien los momentos de tensión del partido.
Los británicos, con su radiante major en césped, soin la mejor muestra de la evolución de la actiud en el tenis. Históricamente, Wimbledon ha sido el torneo del silencio reverencial, de la caballerosidad casi extendida hasta la sosería. La creciente lentitud de la pista y la mayor espectacularidad del juego ha cambiado este hecho, y el silencio ya no es tan ostensible. Digamos que el público inglés se ha españolizado un poco: más cánticos, menos aplausos e incluso alguna que otra obstaculización, pero nada del otro mundo, así como, pese a problemillas como el clásico murmullo antes del segundo saque, el público español es bastante correcto salvo cuando juega Nadal. Los británicos, por su parte, siguen haciendo méritos para continuar siendo considerados como uno de los mejores públicos. Lo demuestran aún más en las World Tour Finals de Londres, acompañados eso sí de un escenario espectacular como el O2 Arena.
Y, para terminar, quiero hablar sobre los franceses. Se les tiene algo de manía en España, pero merecen especial mención porque tienen un major con el que demuestran que les sobra solera. Su mérito no se les puede quitar ni aun con todos los desencuentros del mundo con Nadal. Son quizá el público más comprometido: llenan la pista no solo para apoyar a sus tenistas, con los que por cierto mantienen una posición remarcable, sino para ver buen tenis. Les gusta el tenis técnico: buenos detalles y a su vez un buen ritmo, lo que, si está acompañado por algo de tensión, puede ser épico gracias a la pasión que les caracteriza, aun con el respeto siempre presente. Aún hoy, cuando recuerdo el ambiente que le dieron a la semifinal de este año entre Federer y Djokovic se me pone la piel de gallina. Sin ser Federer francés, lo han adoptado como local por la vistosidad de su juego y por su desempeño en años anteriores. Demuestran, un día tras otro, pese a no llegar el abanderado de su tenis que ellos buscan, que nadie como ellos merece un Grand Slam.
Muy buen post, espero sigas escribiendo porque es muy bueno tu blog.
ResponderEliminarestuve mirando tu blog y esta muy bueno e interesante, espero sigas escribiendo.
ResponderEliminarinteresante tu blog, tienes muy buenos post. Saludos.
ResponderEliminarExcelente artículo, tienes mucha razón en lo que dices. Además hacer deportes proporciona un gran beneficio a la salud.
ResponderEliminar