![]() |
EMMANUEL DUNAND – GETTY IMAGES |
Las semifinales entre Federer y Djokovic fueron, con miedo, errores, decepción y cansancio, un perfecto ejemplo de partido terrenal. La final, que acaba de terminar hace unos minutos, ha sido algo superior, sobrenatural. Tal y como comentaba el locutor americano de Eurosport en medio de la refriega: "Humans are gone". Esto ha sido toda una experiencia ultrasensorial que, personalmente, me ha resultado difícil de creer. No es fácil encontrar palabras para lo que se ha vivido esta madrugada. Ahora mismo me tiemblan los dedos al escribir y no creo que pueda conciliar el sueño. Esta noche se ha hecho historia.
El número 1 y el número 2 del mundo se enfrentaban en un momento soberbio de forma, en la final del último Grand Slam de una temporada inolvidable. Tras un arranque del primer set con buenas sensaciones en el que Nadal parecía dominar con sus cambios de ritmo con el revés cortado y las aceleraciones con el drive, Djokovic arrolló al español en los dos primeros sets. Cierto es que la disputa fue genial y que en ambos sets Nadal comenzó con un break por delante, pero la tremenda confianza del balcánico parecía abocarle irremediablemente a la victoria.
El día en Nueva York llegaba a un precioso ocaso crepuscular, adornado con el característico skyline de fondo, cuando comenzaba el tercer set. Nole comenzó con break arriba, confirmando la tendencia de los sets anteriores. Sin embargo, la recuperación de Nadal llegó y nos dejó a todos boquiabiertos. Jamás he presenciado un set como el tercero de esta final. El ritmo de bola era meteórico, en un grado tal que costaba creerlo. Ambos jugadores golpeaban dejándose el alma en cada golpe y luchaban cada punto más allá de lo humanamente posible.
A partir de entonces, dos leyendas batallaban ante una grada enfervorecida, consciente de la trascendencia de lo que estaba presenciando. El tercer set proporcionaba un envite tras otro, cada uno más espectacular y dramático que el anterior. Cuando todo parecía perdido, con 6-5 y saque de Djokovic para cerrar el partido, Nadal se sacó de la manga quizá el mejor juego de la final para llegar al tie-break y demostrar que es el rey de los momentos igualados.
En el cuarto, se nos cortó la respiración. Tuvimos un ingrediente extra de drama para poner la guinda al pastel: Djokovic tenía molestias. Y, por si hay alguna duda: no, no escenificaba. Recibió un masaje en la espalda tras apuntarse con enorme sufrimiento el primer juego del parcial con su servicio, y posteriormente en cada uno de los descansos. Pero esta final no se merecía un desenlace tan penoso. El serbio sacó fuerzas de flaqueza y, sin hacer gesto alguno de dolor, comenzó tomar riesgos y a golpear aún mas fuerte. Nadal, tras la apoteosis del tercero, se quedó desarbolado. También comenzó a pesarle la presión. Ya no solo luchaba por casta, sino por ganar, pues parecía que el serbio no llegaría en condiciones de disputar un hipotético quinto set. Pero no hizo falta.
Nole cerró el cuarto set por un engañoso 6-1 en el que todos y cada uno de los juegos fueron de thriller. Y eso que, en todo el set, no hizo una solo de sus exageradas celebraciones tras ganar algún que otro punto épico. Llamadme loco, pero creo que la leyenda de Djokovic nace aquí. El serbio ahora sí es un nombre ilustre y no sólo un talento desmesurado con un extraordinario estado de forma. Que Nadal tenga la cabeza bien alta: ha perdido contra alguien más que el jugador de moda –como algún insensato se empeñaba en pintarle–, desplegando además un tenis fulgurante que ha dejado constancia del campeón que es y, por descontado, su orgullo intacto. También Nadal es ahora más grande. El tenis, lo es.
![]() |
CLIVE BRUNSKILL – GETTY IMAGES |